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El realto de Antonio

¡Atención amigos!
Por fin os dejo los relatos finalista del concurso. Ahora es vuestro momento de elegir cual de los tres relatos finalistas será el ganador del premio.
¡Está en vuentra mano!

1º relato escrito por Antonio

 No sé por donde empezar y a su vez no sé si algún día acabó. Mi nombre no es importante, y en esta historia solo importa el dónde, el cuándo y el por qué. El quien es algo que quizá, al final de este escrito deje firmado para todos aquellos que sepan dónde buscar.

El dónde, es en un sitio muy lejano de este, tanto en lugar como en tiempo. Allá por los albores de la humanidad, cuando los humanos tan solo creían en Dioses mayores y primigenios y aun no tenían conocimiento de la verdadera Deidad, que era nuestro Señor. Por aquella época se me había encomendado la protección de una joven llamada Pandora.

Pandora era una chiquilla de apenas catorce años de edad. En esos lejanos días ya eran consideradas mujeres por sus iguales de la raza masculina. Su pelo negro y sus ojos verdes aceituna encandilaban a todos aquellos cuantos posaban su mirada en la suya. Ella no se daba cuenta de lo que hacía, pero el Hacedor había dotado a aquellos dos luceros con un don imposible de evitar. Todo aquel hombre que se fijaba en esos ojos, sucumbía a un hechizo de enamoramiento que les hacía caer a los pies de Pandora.

Pero la muchacha aun era muy joven y no sabía controlar su poder. Yo me llegué a preguntar si alguna vez el Hacedor me encomendó su cuidado para divertirse, para ocultar un bien mayor a ojos de los mortales, o simplemente para hacerme daño, a sabiendas de que a pesar de ser un ángel, los sentimientos hacía años que habían comenzado a aflorar bajo mi piel.

Yo, en mi forma humana, seguía allá donde fuera a Pandora y no la dejaba sola ni un minuto. La acompañaba a recoger agua al pozo de las tierras de su familia, dormía por las noches a su lado sin que ella se diera cuenta, y respiraba el mismo aire que ella expulsaba de su boca, solo de esta manera me aseguraba su perfecto crecimiento. Eso sí, ella nunca detectaba mi presencia, ya que siempre me ocultaba a sus ojos.

Pero un día sucedió algo para lo que yo no estaba preparado. Mis hermanos y yo durante siglos hemos cuidado de las almas de millones de mortales, tal es nuestra edad y tal es nuestra maldición. Miles de vidas han pasado ante nuestros ojos, y nunca preguntamos a nuestro Padre cuales eran los motivos por los que había que protegerles. Tal vez fueran importantes para el futuro de su raza, pero nunca cuestionábamos su autoridad.

Aquel día recuerdo que llovía copiosamente. Las nubes llegaban negras desde Ítaca y descargaban su húmedo transporte a las arcillosas tierras de la familia de Pandora. Ésta estaba leyendo tranquilamente en los campos familiares, protegida bajo un olivo, cuando dirigió su mirada hacia la pequeña casa en la que vivían sus padres de manera humilde. Una figura vestida de color negro salía de la casa a hurtadillas mientras miraba a todos lados con ademanes nerviosos. Sin dudarlo un momento, la chiquilla salió corriendo en dirección al desconocido, a sabiendas de que algo no andaba bien dentro de los techos de su hogar.

El ladrón, o lo que ella suspuso que era, partió de allí a la velocidad del rayo, y la niña pudo observar cómo los pies del bandido apenas tocaban el suelo. Era como si una fuerza parecida a las del magnetismo, impulsara su cuerpo hacia arriba, y lo mantuviera a unos palmos del suelo, permitiéndole correr sin posar sus inexistentes piernas en el suelo.

Yo, aunque no me encontraba con ella, estaba allí en otro árbol cercano, tumbado entre sus rugosas ramas disfrutando del cercano aroma de las flores del olivo mientras la fragancia de la tierra mojada irrumpía por entre mis fosas nasales. Debo reconocer que aunque al principio mi forma humana me repugnaba, aprendí a cogerle cierto aprecio a las sinuosas formas que el Señor consiguió crear con un poco de arcilla y su magia divina. Odiaba mis rasgos terrenales, pero poco a poco iba acostumbrándome a los olores penetrantes y a las limitaciones innatas que aparecían en mi forma humana.

Cuando corrió las cortinas de la puerta, el horror inundó de lágrimas sus mejillas. No voy a contar lo que allí vislumbró, pero basta decir que todos los que antes la habían amado, yacían en el suelo ensangrentados y muertos por una mano brutal y maligna. Los sentimientos de Pandora entraron en mi pecho de una manera que nunca había sentido bajo mi piel mortal. Mis alas, antes resguardadas en el interior de mi apariencia humana, se abrieron todo lo anchas que pudieron y partieron en busca de aquel que había dañado la existencia de mi protegida. Ese fue mi primer fallo. Y también el último.

Tardé horas en dar con el asesino, pero mientras tanto, mi corazón latía al compás del de Pandora, a pesar de encontrarse a decenas de kilómetros de donde yo me encontraba. El hombre de la túnica se encontraba dentro de una cueva sentado con calma frente a un gran fuego. Sostenía sobre su mano una daga de color carmesí, pero no puede discernir si por culpa de la sangre derramada o debido a algún tipo de sortilegio más antiguo que las propias nubes del cielo. Cuando el indeseable me oyó entrar, giró su cuerpo y echó hacia atrás la capucha, dejando ver su enorme cabeza y la forma de su rostro.

Éste estaba completamente desfigurado, lleno de pústulas a punto de explotar. Su nariz se encontraba completamente descarnada y se podía ver el hueso que le dió forma en algún momento de su vida. Pero lo peor era su mejilla derecha. Ésta estaba completamente vacía de tejidos, de piel, de carne y de músculo. Se veía a través de ella el interior de la boca, y los dientes amarillos coronaban en una mueca el espanto mas oscuro que mis ojos inmortales jamás habían visto en ningún otro lugar. Su lengua, carmesí e inquieta, parecía un gusano en el interior de un trozo de carne muerta, inquieta por devorar otro pedazo de muerte.

- Supongo que buscas esto... - Me dijo la figura con total descaro mientras me mostraba la daga que, a la luz del fuego lanzaba destellos unas veces carmesíes y otros anaranjados, como por efecto de un pérfido hechizo.

Yo estaba temblando, nervioso por lo sucedido y aun afectado por el dolor que estaba sufriendo Pandora en el suelo de su casa mientras lloraba a su famila muerta.

- ¿Quien eres - Le dije yo.- , y por qué has matado a la familia de Pandora?- En mi mano se apareció mi apreciado látigo, blanco como la superficie de las perlas, y mis dedos se aferraron a él como constatando que nunca me dejarían morir sin sentir el tacto del cuero de aquella arma divina.

Metió su mano en un compartimento de la túnica y sacó un pequeño frasco de éste. La botellita estaba llena de un líquido espeso de color rojo que yo interpreté como sangre. La sonrisa de su malévola mejilla me hizo un guiño y, susurrando unas palabras ininteligibles, lanzó el frasco al fuego y éste creció hasta alcanzar el techo de la cueva.

Mis ojos no aguantaban tal cantidad de luz, y tuve que protegerme con las manos del enorme calor que desprendía la hoguera. En un abrir y cerrar de ojos, cuando más grande y vivo estaba el fuego, el ser oscuro se tiró a las llamas y comenzó a correr prendido por toda la cueva. Era horrible. La túnica de color negro se iba derritiendo a medida que aquel ser corría, y se iba pegando a la carne de su dueño mientras se iba tornando cada vez mas negra y desprendiéndose del soporte de sus huesos.

Cuando por fin su cuerpo no pudo aguantar más calor, se desplomó echando humo y quedó allí tirado, como una antorcha recién apagada. Me acerqué al cuerpo e intenté darle la vuelta. Quería comprender, entender qué oscuros secretos ocultaba aquel cuerpo cuasi leproso y por qué la familia de Pandora tenía que morir. Por qué yo. Por qué a mí el destino me había jugado una broma tan pesada.

Me agaché a girar el torso aun humeante y fue cuando sucedió. Aquel al que creía muerto, giró su cara bruscamente y entonces entendí. De un manotazo, elevó mi cuerpo decenas de metros y fui a estrellarme contra la pared de la caverna.Mi cabeza golpeó contra un saliente de roca y comencé a discernir aquella sensación que siempre me había horrorizado de la forma humana, la humedad de la sangre saliendo de mi cuerpo y recorriendo mi espalda con absoluta lentitud. Los movimientos del resucitado eran ágiles como la de la mayor de las bestias del averno, y sus golpes tan brutales como los del martillo de Dios conocido por los griegos como Hefesto. Aquel Dios no existía y yo lo sabía, pero si lo hubiera hecho, ese sería el poder que debía tener a la hora de fabricar las armas que los escritos contaban que eran divinas y poderosas.

Mi cabeza daba vueltas y mi visión se volvió borrosa. Solo recuerdo un lacerante impacto en mi espalda y entonces comprendí que nunca más volvería a volar. Lo siguiente que me pasó es que caí en los brazos de otro dios inexistente. Esta vez fue Morfeo el que me llamó a sus dominios.

Cuando desperté varios días después, la caverna estaba inundada de las plumas ensangrentadas de mis alas, y solo quedaba una enorme mancha negra en el techo de la cueva que daba veracidad al extraño sueño que había tenido. Me levanté a duras penas y corrí todo lo rápido que pude hasta la casa de Pandora. No debo deciros nada que no sepáis ya. La chiquilla tambien había muerto y yo no había cumplido con mi misión.

Deduzco que el culpable de todo esto fue mi propio hermano, aquel al que todos llamamos Samael. Sabía que era el más débil, el más sentimental, el más joven, el más cercano a la supuesta humanidad que nunca nos fue entregada, por ello él me llamó y yo acudí.

De nuevo abandoné el lugar no sin antes prender fuego a toda la propiedad con los cuerpos sin vida de la familia Teróstides acurrucados en el suelo junto a mi protegida. Cuando la paja comenzó a arder, abandoné el lugar y de nuevo acudí a aquella cueva solitaria.

Aquí acaba mi historia. He estado aquí encerrado mucho tiempo, eras tal vez e incluso a veces siento que eones. He renunciado a mi condición angelical, y mi castigo a la desobediencia de mi padre ha sido el don de la inmortalidad. Es por eso que aquí yazco indiferente al mundo exterior a la espera de que alguien me encuentre y ponga fin a ésta penitencia que me he autoinflingido. Dejaré constancia de todo lo ocurrido en este pergamino y espero que alguien alguna vez lo lea y entienda mi decisión. Me siento culpable de lo ocurrido, y no puedo seguir con esta vida. Espero que el Señor me perdone.

Nemamiah.



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