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El realto de Débora

¡Atención amigos!
Por fin os dejo los relatos finalista del concurso. Ahora es vuestro momento de elegir cual de los tres relatos finalistas será el ganador del premio.
¡Está en vuentra mano!


                              2º relato escrito por Débora


La caída del ángel
por Débora Peña Muñoz




Cada vez que nace un bebé se celebra en el Cielo con cantos y alabanzas. Gabriel es el primero en visitarlo y tras tocarlo, vislumbra su destino y sabe qué ángel será el indicado para guardarlo hasta su último día en la tierra. Sólo volverá a visitarlo el día de su muerte para comprobar que su destino se haya cumplido.

Debido a nuestra posición en la jerarquía celestial, a los arcángeles no se nos asignan niños. Solamente en casos excepcionales custodiamos a algunos cuyo destino es tan especial que debe ser guiado a él. Así fue con Chioke.

Cuando Gabriel fue a visitarlo el día de su nacimiento vio que era un niño muy especial y que su vida y sus obras marcarían la vida de alguien, pero no pudo ver quién era esa persona. Tras hablarlo con Dios, se decidió que un arcángel estuviera con él.

-Este niño es el principio de algo importante, -me dijo Gabriel cuando me dio su custodia.

 –Cuida de él para que su destino se cumpla.

Chioke fue un regalo de Dios. El octavo y único hijo varón del rey Ekon, el Fuerte, que reinaba en una pequeña tribu en Nigeria.

La vida en esa época era sencilla. Chioke y sus amigos sólo tenían que llevar el pequeño rebaño de ganado a pastar y más tarde llevarlo a las chicas del pueblo que las ordeñaban. Vivían una vida feliz y tranquila.

El niño inteligente y vivaz se convirtió en un muchacho fuerte y apuesto. Ya en edad de casarse, su padre buscó la mejor primera esposa para su hijo entre las tribus cercanas.

Recuerdo muy bien ese día...

Era la boda de Chioke. Las mejores ropas y collares de cuentas eran vestidos por todos en la tribu de Ekon, el Fuerte.  La tradición decía que la novia debía llegar a la aldea con la cabeza cubierta y acompañada de su madre, hermanas y amigas que lloraban por su pérdida. Ya no volvería más con ellas. Ahora pertenecería a otra tribu.

De repente llegaron ellos. Traficantes de esclavos portugueses con armas de fuego desconocidas para esa tribu. Se entabló una lucha desigual. El pueblo de Ekon, el Fuerte, sólo poseían pequeños cayados de madera para azuzar al ganado, pero los portugueses vinieron con sus fusiles y enseguida se hicieron con el control de la aldea.
Apresaron a Chioke y a todos niños,  hombres y mujeres jóvenes. Ekon, el Fuerte, los heridos y ancianos fueron asesinados.

El viaje a pie hacia el barco que los llevaría al llamado Nuevo Mundo fue muy penoso y descorazonador. Por el camino morían los débiles que no resistieron las largas caminatas encadenados, con poca agua y casi nada de comida.

Yo sufría por Chioke, pero él nunca lloró ni se quejó. Con la cabeza en alto, pero con los ojos llenos de ira, ponía un pie detrás otro y ayudaba al que estaba a su lado para que continuara el camino.

A mi mente viene esa noche oscura. No se qué le empujó a hacerlo, pero en un momento estaba en el suelo dormido y al siguiente estaba de pie, estrangulando al hombre que los vigilaba.

Seguía encadenado a más personas. Era imposible que pudiera huir sólo, pero ese no era su objetivo. Todos huirían juntos. Corrieron todavía encadenados. Los fuertes ayudando a los débiles. Una huida desesperada. Sin agua y sin alimentos era muy difícil sobrevivir en el desierto.

No lo quiero recordar. No. No. Todos juntos abrazado al amigo o al familiar. Y en la mirada de Chiake ya sólo quedó paz.

No sobrevivió nadie. Sólo quedamos nosotros, sus ángeles para llorarles.



En algún lugar conocido solo por el mal, un demonio alto de alas negras vestido con armadura oscura  se arrodilla ante un trono de obsidiana vacío y con voz potente dice:

-Maestro, la primera parte de su plan ha sido desarrollada sin ningún contratiempo. ¿Ordeno a Sonneillon que empiece con su parte del plan?.

Una voz profunda, salida de unas cortinas rojo oscuro detrás del trono, replicó:

-Mi muy querido Astaroth , me sirves bien y cumple todos mis encargos, pero no. Todavía no llames al demonio del Odio. Aún es pronto. Hay tiempo. La venganza es mejor poco a poco. Los engranajes del destino están cambiando según mis dictados y el tonto de Gabriel, que vela por los destinos de esos débiles mortales, no se ha dado cuenta.

La risa que provino después de estas palabras de las cortinas teñidas con la sangre de miles de víctimas, hizo que a Astaroth, el Gran Duque del Infierno Occidental, se le helara la sangre.





El tiempo no corre de igual manera en el Cielo que en la Tierra. La vida en el  Cielo es más pausado y armónico, mientras en la Tierra es más rápido y caótico. Aunque había pasado mucho tiempo terrestre, en mi corazón parecía que fue ayer.

Mientras caminaba por uno de los jardines celestiales me encontré con Gabriel.

-Samael, amigo. Te estaba buscando. Rafael, Uriel, Miguel... todos preguntan por ti.

-¿Seguro que Miguel pregunta por mí?, -pregunté incrédulamente a Gabriel.

            -Bueno, ya sabes cómo es el buen Miguel, no pregunta directamente, pero está atento cuando respondo. Él y todos están preocupados. Tus opiniones y decisiones en nuestras reuniones han sido siempre acertadas. Necesitamos tus consejos, hermano, -contestó él.

Otros como Mikael y Azaziel habían caído y creían que yo estaba cerca de hacerlo. También añoraba estar con Gabriel y con todos mis compañeros. Gabriel era mi hermano y su presencia aliviaba mi corazón de mis tristes pensamientos.

            -Samael, ha pasado mucho tiempo desde que te asigné la custodia de  Chiake. Su destino y el tuyo están ligados de alguna manera según pude ver cuando acudía en su muerte.

            -Eso es lo que durante todo este tiempo me has dicho, Gabriel, -le interrumpí.

            -Chiake era sólo un humano, el destino de un ángel nunca puede depender de un humano. Nosotros somos criaturas celestiales.

Luego continué con pesar y casi susurrando:

            -No se por qué, pero siento su pérdida aquí dentro. Le recuerdo. El niño que fue… el hombre en que se convirtió… su injusta muerte…

            -Lo se, mi buen amigo, -me abrazo el ángel con la fuerza de Dios y continuó:

            -Pero la Tierra no es el Paraíso. El mal existe en el corazón de los hombres y a la vez que es malo, es lo que les hace evolucionar como personas.

            -Es difícil de comprender, amigo mío, -dije apoyando mi cabeza en su hombro y sintiendo una gran paz.

            -He hablado con Dios, -me comentó aflojando el abrazo y mirándome a los ojos.

            -Tengo otro niño para ti. Bueno, es una niña. Se llama Susana. -Me quedé perplejo y tardé algunos segundos en contestarle.

            -Por favor, Gabriel, busca a otro ángel que la custodie, -supliqué mientras notaba como una lágrima corría por mi mejilla.

            -No tengo el corazón animoso. No podría encargarme de otro niño.

            -Ya ha pasado tiempo de Chioke y ahora tan sólo te pido que bajes y la veas. Anda, ve y ya me darás tu contestación, -dijo Gabriel alejándose de mí.

Tardé en decidirme, pero al final bajé, porque a Dios y a su mensajero, Gabriel, no se les puede desobedecer.

No solía bajar a la Tierra y cuando lo hacía me quedaba allí sin ver, sin oír, sin entender, y sólo pensaba en Chiake y en su destino final que me incluía.

Mis pensamientos se detuvieron cuando miré mi reflejo en una ventana. Aunque era invisible a los ojos humanos, los ángeles existimos en el mismo plano de realidad. La imagen que me devolvió ese espejo improvisado me mostró unos ojos pequeños azules, vidriosos, hundidos y rojos por la tristeza que aún sentía, unos mechones negros, largos y despeinados, una piel pálida y una figura muy delgada con ropa desaliñada. ¿Quién era ese ángel de alas grises y deslucidas? No podía ser yo. Era una sombra de quien fui. Mi boca era una línea dura. No recordaba la última vez que reí.

De repente, el llanto de un bebé rompió la concentración que tenía sobre mi imagen. Era un llanto intenso y persistente. Ese bebé quería llamar la atención de alguien y había llamado la mía.

            -Susana, cariño, tranquilízate, que ya estoy aquí, hija. Ea, ¿qué te pasa, mi solete? No te puedo tener en brazos, tienes que dormir un poquitín. Déjame descansar. Shhh, mi niña, descansa. Toma el chupe.

¿Ese llanto era de Susana, la niña que Gabriel quería que velara? ¿Cómo sería? Los ángeles somos curiosos por naturaleza y entré en la habitación de dónde procedía el llanto.

            -Vaya, ya te has callado, mi niña. Parece que vas a dejarme descansar,  -dijo una chica joven y morena con cara de cansada echada de lado en la cama del hospital y que miraba hacia una pequeña cunita.

Entonces, con voz de contralto empezó a cantar quedamente:

“A la nanita, nana,
nanita ea, nanita ea,
mi niña tiene sueño,
bendita sea, bendita sea”.

Las últimas palabras casi ni se escucharon porque en vez de la niña fue ella quien se quedó dormida.

            -Esa nana la he escuchado muchas veces desde que Sara quedó embarazada. Se la cantaba a su hijo nonato y cuando se enteró que era una niña, se puso contentísima, -dijo una voz suave desde la esquina al lado de la ventana. Era Achaiah, un ángel de gran valía y que en el Cielo tenían por ser bueno y paciente.

            -La escuché por primera vez el día que nació Sara. Su madre se la estaba cantando cuando yo llegué. Es curioso, estas palabras que ahora estoy diciendo son las misma que el ángel de la guarda de la madre de Sara me dijo cuando me presenté ante ella.

Y luego, como si fuera un padre orgulloso me informó:

            -Susana nació esta mañana y aunque el parto ha sido largo, todo ha ido bien.

Agradecí a Achaiah su trabajo y él me invitó a conocer a Susana. Cuando miré al nido, unos ojos grandes de color miel me observaban atentamente. Parecía que me veía, que me sentía.

            -Hola Susana –susurré, y entonces unos bracitos sin manitas, porque se las tapaba un pijamita de ositos rosas demasiado grande para ella, se alzaron hacia mí.

No me di cuenta, me lo contó Achaiah más tarde. Sonreí y mis ojos brillaron con lágrimas en los ojos. Lágrimas de felicidad y de esperanza. Había encontrado a una niña para guardar. Una niña que protegería hasta el fin de su vida. Mi niña. Mi salvación.

Volé rápidamente al encuentro de Gabriel en cuanto Susana se quedó dormida.

            -Si, Gabriel. La cuidaré, -dije eufórico.

            -Gracias, amigo, pero antes de que te vayas te quiero decir una cosa.

            -Dime rápido, tengo que bajar y volverla a ver, -le di prisa.

            -Me alegra que estés tan entusiasmado, -contestó.

            -Pues claro, hermano. Susana es pura y quiero que su vida sea perfecta. Yo velaré por ella. No le pasará ningún mal como a Chioke.

            -Samael, calma, tengo que decírtelo. Susana es especial. Tiene tres destinos, -me soltó y mi mundo se desmoronó.

            -No, Gabriel, no me puedes hacer esto. No de nuevo. Chiake se llevó una parte de mí. Búscale a otro ángel. Quizás Yeiayel, tan querido por Dios, no permitirá que le pase nada malo. O si no… Daniel, es alegre y fuerte de espíritu. Estaría también bien….

            -No, Samael, -me interrumpió Gabriel.

            -Tú has sido el elegido por Dios y ella te necesita, -dijo de forma tajante.

            -Tiene tres destinos y uno te afecta directamente.

            -¿Qué dices, Gabriel? No me lo puedes hacer. No puedo perder a nadie más. Otra vez , no, -grité indignado.

            -Cuando la toqué se abrieron tres caminos ante mí, -comenzó a explicarme calmadamente.

            -En uno de ellos, ella moría sin cumplir su objetivo en la vida… En el otro camino, te vi a ti, Samael, con tus alas cortadas…

            -No puede ser, ¡mis alas cortadas!, -dije sorprendido y me puse a pensar y a dar vueltas alrededor de Gabriel.

Después de unos momentos de reflexión pregunté esperanzadamente a mi amigo:

            -Me has dicho que viste tres destinos, ¿cuál es el tercer destino?

            -No lo veo, Samael. Está oscuro, pero existe un tercer destino, -afirmó.

            -Hermano mío, eres el más sabio después de Dios y Miguel. Debes de saber algo más. Algo me ocultas de la muerte de Chioke y ahora Susana… no puede ser casualidad, -dije zarandeándole.

            -No sé nada más, -intentó explicarse.

            -Sabes igual que visito al recién nacido, también visito al moribundo en sus últimos minutos de vida. Cuando te encontré al lado del cuerpo de Chiake y le toqué fue cuando vi que su objetivo de vida era algo relacionado contigo. Por eso, cuando visité a Susana y vi sus posibles destinos hablé con Dios y decidió que custodiaras a Susana, -concluyó.

            -Me estás diciendo que Él sabe de todo esto y aún así, debo velar por Susana, la mortal que marcará mi destino. Gabriel, estás jugando conmigo. Espero que Él…

            -Cuidado con lo que dices y a quién, Samael, -dijo con voz potente irguiéndose en toda su extensión abriendo sus alas e impidiendo mi blasfemia.

            -Tu destino está ligado a esa niña. Ve y vela por ella, -ordenó el Mensajero de Dios.

No iba a volver a la Tierra. No iba a volver a ese hospital, ni iba a entrar en esa habitación, pero, ya estaba allí, mirando a Susana y pensando que ella ya tenía mi corazón. No permitiría que pasara nada malo ni a ella ni a mí. El tercer destino existía y sería su salvación y la mía.




El Señor Oscuro sonreía mirando el paisaje que se extendía bajo el balcón de su palacio. Ríos de fuego y humaredas de azufre formaban un bello paisaje a sus ojos donde las almas gritaban pidiendo clemencia y perdón. Música para sus oídos. Pronto. Muy pronto pondría en marcha su segunda parte del plan. Podía esperar un poco más. Acababan de llegar nuevas almas y tenía ganas de jugar.


Susana vivía con su madre en un piso pequeño y sin lujos. La relación de Sara con sus padres no había sido muy buena después de enterarse ellos del embarazo de su hija y la negativa de esta de decir quién era el padre, pero la acogieron en su casa y cuidaron de las dos con mucho amor.

Achaiah y yo no habíamos coincidido antes y hablar con él sobre nuestras protegidas y de maneras de modificar el destino de los humanos, había hecho que estrecháramos nuestros lazos de amistad. Su amistad me recordaba la que tuve hacía tiempo con Gabriel.

Susana se convirtió en el centro de mi vida. Me gustaba hablarle cuando se despertaba por la noche para que no despertara a su joven madre. Le contaba historias antiguas, de lugares lejanos y de niños que reían, jugaban y cantaban. Ella me sonreía y hacia ruiditos como si me contestara. Yo la cuidaría de todo mal.

Mi misión de vida se convirtió en averiguar más sobre ese tercer destino. Cada vez que volvía al Cielo para recuperarme de mi permanencia en la Tierra, buscaba a Gabriel y le atosigaba a preguntas sobre Susana y sus destinos. Discutíamos mucho, pero no me decía nada nuevo. Ocultaba algo, seguro. El que decía que era mi mejor amigo, sabía algo más y no me lo quería decir.

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El tiempo pasó y Susana creció para convertirse en una niña guapa, de ojos despiertos. Desde pequeña le había gustado los cuentos que su madre le leía cada noche y cuando ya aprendió a leer siempre tenía uno en sus manos o representaba con sus muñecos aquellas historias que leía. Su preferido fue siempre El Príncipe Feliz y también lo fue el mío.

Un día cogió su vestido amarillo y con las tijeras cortó trozos de él para dárselo a los pobres. Ella quería ser de oro y repartir trozos de su ser para que no hubiera pobreza en el mundo. Su madre la castigó, pero en seguida le quitó el castigo y le dio un gran beso por el gran corazón de su hija.

Y yo quería ser como la golondrina del cuento que repartía los pedazos de oro de la estatua hasta caer muerto de cansancio. Me di cuenta que sería capaz de entregar voluntariamente mis alas por la felicidad de Susana.

Mientras Susana crecía, mi aspecto mejoró. Quería ser un buen ángel custodio para ella. Éramos felices. Parecía que los destinos marcados para ella o para mí, eran sólo un mal sueño olvidado. Pero todo cambió cuando volé al llamado de Gabriel a la casa donde custodiaba a una niña. Sin duda sería muy especial si el mismo Gabriel la velaba.

            -¡Hermano! Siento el retraso ¿De qué querías hablarme con tanta urgencia?, -me disculpé y miré hacia una niña pequeña que se acurrucaba en su cama con una muñeca con un vestido con flores. Me recordó a Susana cuando de pequeña y se quedaba dormida con el dedo pulgar en la boca.

            -Samael, viejo amigo… tengo algo muy importante que decirte. No te va a agradar, pero tienes que entenderlo, -empezó, y sentí que no serían buenas noticias.

            -Adelante, -le animé apretando los puños a cada lado de mi cuerpo ya tenso.

            -Miguel me ha ordenado dejar a Sofía para dedicarme a otra importante misión… es muy necesario que cuides de ella, -dijo girando su rostro hacia la niña dormida.

La pena me embargó y sentí un vacio en mi corazón. Por lo visto mi rostro también mostró algún signo de tristeza porque se disculpó y parecía sincero, pero no le creí.

            -Es la palabra de Dios, no la mía, -quiso excusarse.

Ocultándo el nudo en mi gargante, le repliqué:

            -Gabriel, hermano. Medítalo bien ¿Estás seguro que es la palabra de Dios la que habla y no tu obsesión por esta niña? Susana no debe quedarse desprotegida.

Había escuchado en el Cielo que Gabriel era demasiado protector con su protegida y me lo confirmaron con sus acciones cuando, con mucha delicadeza arropó a la niña, como yo había hecho muchas veces a Susana.

            -Lo siento, Samael… es una orden divina, no te pido un favor, ha de hacerse, -ordenó cortando mis palabras antes que salieran.

El corazón se me cayó al suelo.

            -Está bien… aún me queda la esperanza de averiguar cuál es su tercer destino y estoy seguro que conseguirás averiguarlo ¿Lo harás por mi verdad? Encontrarás la clave de su salvación, -le supliqué al que me llamaba amigo.

No me contestó. Se limitó primero a mirarme entristecido y luego con amor a la niña que dormía ajena a los acontecimientos que se habían desarrollado en su dormitorio.

Luego se fue y me dejó sólo con una niña que no conocía, sin poderme despedir de mi Susana. Gabriel ocultaba algo. Lo conocía muy bien y no me había dicho todo lo que sabía.



El Señor Oscuro se encontraba eligiendo los mejores trozos de carne de una mesa repleta de manjares mientras decía:

            -Bien, Astaroth. Ha llegado el momento. El demonio de la Duda ha plantado su semilla. Haz llamar a Sonneillon y a su hermana Arioch también. Nos hará falta tanto el Odio como la Venganza para esta parte del plan.

            -Como ordene, mi Señor, -dijo el leal general arrodillado a su espalda mientras veía como su señor disfrutaba tirando los trozos de carne al suelo cerca del enorme Cancerbero encadenado a la pared y viendo como las cabezas intentaban morder a la que estaba a su lado para impedir que cogiera la carne.

Al Señor Oscuro le gustaba mucho jugar, -pensó Astaroth.


Yo había sido su ángel, su protector y me habían ocultado su enfermedad. Debería haber estado con ella, con mi niña. Con mi corazón.

Engañado. Gabriel me había engañado de nuevo.
Mi amigo, el que decía que era mi hermano, que buscaba mi bien y proclamaba que tenía toda su confianza, había abandonado a mi protegida al peor de sus destinos, al que sin duda más interesaba a Gabriel y a Él.

Habían permitido que ella muriera. Había otra posibilidad, otro destino. No había luchado por su bien como lo había estado haciendo yo mientras estuvo a mi cuidado.,

            -Basta, -grité a los cuatro vientos, mientras me secaba las lágrimas con las manos.

            -No más lágrimas. No más engaños, Gabriel. No te lo perdonaré. Te juro que sufrirás como yo sufrí con Chioke y llorarás, como ahora lo hago yo por Susana cuando pierdas a Sofía, y ahí mismo te mataré. No, eso es demasiado compasivo. Te cortaré tus hermosas alas y entonces mataré a Gabriel, el Ángel de la Muerte.




El señor oscuro miraba un espejo de agua negra sostenido por dos gárgolas petrificadas que mostraba el pálido rostro de un joven cuyos ojos azules empezaron a arder y se volvían ámbar.

            -Has cumplido bien mis órdenes, Astaroth, -alagó al General.

            -Pronto llegará un nuevo ángel caído a las puertas de mi reino y quiero que seas tú quien lo recibas. Colócalo al frente del equipo de Mikael. Que cumpla su venganza que es nuestro objetivo real. Dale lo que necesite, mi Gran Duque, y mañana la Tierra será nuestra.

            -Como ordene, mi Señor.


¿FIN?


Continua en ...  Los demonios de Sofía



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